Sostener lo invisible: Alaíde y el arte de volver audible el alma
Conversamos con Alaíde sobre música, arte y moda. Un proyecto en conjunto con Meow Magazine.
Este texto es resultado de un proyecto en conjunto con MEOW Magazine. El proyecto consistió en una entrevista y una editorial de moda, la cual podrás encontrarla dando click aquí.
Entrevista: Emiliano Villalba
Fotos: Denisse Hurle para Meow Magazine
Estilismo: Olivia Meza de la Orta
MUAH: Jessica Díaz
Realización: Meow Magazine x Semanario de Moda
Hay artistas que hacen música. Y hay artistas que hacen mundo. Alaíde pertenece a este segundo linaje: el de quienes no componen para sonar, sino para sostener lo que tiembla. Su obra no se limita a una discografía; es un territorio emocional donde la música, la palabra y la estética se funden como formas de pensamiento. Canta, sí, pero también observa, escribe, imagina, recuerda. Es una artista que compone con todo el cuerpo, incluso cuando calla.
“He aprendido de mí a través del nuevo álbum”, me comparte Alaíde en El Minutito. Lleva un vestido blanco y flores en la cabeza, “me siento enfocada” me dice mientras pedimos unos mocktails y la música suena. Su manera de hacer música y productos creativos es como si fuera una forma de psicoanálisis íntimo, pero también colectivo que comparte con los demás. No se trata de contar una historia, sino de descubrirse en ella. En ese descubrimiento no hay mapa: hay intuición. Dejarse llevar por algo que no siempre se comprende de inmediato. “La creación fue lo que fue evidenciando el concepto del nuevo album”, explica. Su nuevo disco, el cual está próximo a estrenarse, no nació de una idea, sino del proceso de dejar hablar a la obra.
Y esa escucha, esa manera casi ritual de atender lo que emerge, atraviesa todo en ella. Alaíde no impone dirección; permite que las canciones se le revelen como visiones. “La música pasa por muchas personas antes de llegar a los fans”, afirma, reconociendo que su práctica es colectiva, pero no por eso impersonal. Lo que comparte nace de un proceso tan caótico como sagrado: componer para encontrarse.

La raíz del todo
Su música no puede leerse sin considerar sus raíces. Alaíde fue criada entre montañas, libros y danza. Tepoztlán la vio crecer rodeada de músicos, intelectuales, exiliados, poetas. “En mi casa siempre estuvo presente la justicia, la verdad, el arte… No como lecciones, sino como atmósfera.” Su abuela, Alaíde Foppa —poeta y feminista desaparecida por el ejército guatemalteco— sigue resonando en cada verso, como un linaje de mujeres que no negocian su libertad.
Desde niña supo que su cuerpo era suyo. “Desde los dos años escojo mi ropa”, recuerda. Ese gesto, simple en apariencia, anticipa una ética. Para Alaíde, la moda no es decoración: es convicción. Cada atuendo es una forma de autoafirmación, de diseñar el cuerpo como archivo de valores. No es una estrategia estética, es una decisión casi filosófica.
No sorprende que su música convoque géneros diversos —cumbia, soul, reggae, jazz, rap— no como collage, sino como conversación entre raíces. “Mi necesidad de escribir en español no es opcional”, dice con firmeza. No canta en español por pertenencia, sino por verdad: porque ahí es donde la herida y la esperanza toman forma. Porque ahí están las palabras que la nombran.
Pero Alaíde no es nostalgia. Es transformación. Sus álbumes —trabajados durante años — son también actos de madurez. De pasar del amor romántico a la desilusión luminosa, por ejemplo. Del deseo de ser amada al deseo de no traicionarse. “Me di cuenta que eso no me iba a resolver la vida, amar a otro”, confiesa. “Tenía que trabajar en mí para encontrar una autoapreciación más profunda.” Esa conciencia dio origen, por ejemplo a Agüita Clara, un EP que deconstruye el mito del amor como redención. Una obra que se atreve a decir que no toda ternura es digna.
En un medio que suele premiar la obediencia y el marketing, Alaíde se planta con dulzura feroz. “Ante cada oportunidad de traicionarte, no hay que hacerlo”, dice. “Sí, eso ha cerrado puertas, pero nunca vale la pena traicionarse.” Su carrera es una apuesta por la congruencia. Por sostener su brújula incluso cuando otros dudan de ella. “He aprendido a defender mis ideas”, repite, no como consigna, sino como un acto de autoconocimiento.
Frente al vértigo del algoritmo, ella responde con otra lógica. La del tiempo, la del cuidado, la del proceso lento. “El arte requiere paciencia”, afirma. “No soy un robot de producción ni de perfección.” Lo suyo no es generar contenido. Es sostener experiencia. Honrar los esfuerzos. Permitir que las canciones respiren antes de soltarlas al mundo.
“La intuición se hace más clara cuando le haces caso”, dice como si citara una antigua sabiduría. Y todo en ella gira en torno a esa certeza: el arte como forma de fe en lo invisible. En lo que aún no se nombra. En lo que tiembla dentro y, sin embargo, insiste.
Alaíde no canta para decorar el presente. Canta para preguntarse qué mundo estamos construyendo, qué heridas seguimos cargando, qué posibilidades hay aún de ternura, de justicia, de comunidad. “Crear comunidad es rebelarme contra el instinto de competencia”, dice. Y esa es quizá su apuesta más radical: entender el arte no como plataforma, sino como un ente tanto personal como colectivo.
Escucharla es dejarse atravesar. No por una moda, sino por una visión. No por un ritmo, sino por una ética. Alaíde no hace canciones: hace espacios de inflexión que nos permiten ver dentro de nosotros mismos. Ya sea para pasar un buen rato o para sanar. Inclusive, Alaíde y su música están ahí para resistir a lo ordinario sin perder la belleza que se encuentra en ello.
Y eso, en estos tiempos de ruido, es una forma de revolución.
Me fascinó esta entrevista, un verdadero retrato a través de las letras <3